“El ladrón solo viene para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10
En el contexto de este versículo, Jesús se identifica como Aquel a quien pertenecen las ovejas de Dios. También nos muestra cómo Él es el pastor verdadero y bueno, el cual entra por la puerta del redil de las ovejas. Jesús llama a las ovejas por su nombre; las conoce bien, va delante de ellas y es reconocido y seguido por ellas (Jn. 10:3-5, 14).
El Buen Pastor también es el único que da su vida por sus ovejas vulnerables e indefensas para protegerlas y librarlas del peligro. Con esto en mente, Jesús nos dice que Él vino para que tengamos vida en abundancia, lo cual debe llevarnos a reflexionar: “¿Está mi vida siendo pastoreada por el Buen Pastor?”. La respuesta correcta que podemos ofrecerle al pastor Jesús es tener una vida de sumisión y dependencia total ante Él.
Sin embargo, muchas veces entendemos la “vida abundante” como una vida simplemente larga sobre la tierra o una que es fácil y cómoda en el mundo. Solemos pensar que tener vida abundante se trata de satisfacer nuestros propios deseos egoístas. Pero, en realidad, la vida abundante que Jesús ofrece es una de satisfacción y contentamiento pleno en Él. Jesús vino a dar su vida por sus ovejas en la cruz, muriendo y resucitando por los suyos.
¡El gozo que experimentamos por esta verdad es eterno! Por lo tanto, no tenemos que malgastar el tiempo buscando “abundancia” falsa y pasajera en otro lugar.
En esta Navidad, recuerda: ¿qué es la venida de Cristo, sino esto: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”? La vida abundante no es solo tener cosas. Es tener paz. Es tener gozo eterno. Es tener a Cristo (Jn. 3:16). Él es el Buen Pastor que vino a derramar abundante sangre, por los abundantes pecados de sus ovejas, para darnos abundante vida en Él. ¿Estás buscando en otro lugar lo que ya se te ha dado en Jesús?
“De repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace”. Lucas 2:13-14
En la antigüedad y aún en décadas recientes, la llegada de un rey o una reina que visita otro país o llega a su palacio era considerado un evento significativo. Era una ceremonia muy importante con cánticos, decoraciones de gala y multitudes esperando con expectativa desde lejos para ver al rey o la reina. Sin embargo, por más importante que sea toda entrada real en esta tierra, ninguna se compara al anuncio de aquella noche cuando nació el Rey del universo.
Los versículos de hoy, nos muestran el cántico de una multitud de los ejércitos celestiales alabando a Dios por el nacimiento del Rey. Es el cántico que tanto el cielo como la tierra esperaban con tanto anhelo porque por fin llegó el Rey Mesías prometido. En la Biblia encontramos la obra escrita por Dios que poco a poco fue revelándose en sus páginas hasta que en ese momento, al fin, se abrieron las cortinas que guardaban el gran misterio: Cristo el Rey tomó forma de hombre, siendo completamente Dios, para traernos salvación.
¿Qué cantan estas multitudes de los ejércitos celestiales? Un cántico que da gloria a Dios porque Él ha traído paz a la humanidad. ¿A quiénes exactamente se les ha dado esta paz? En quienes Él se complace. Esto quiere decir que la paz que Dios nos da es una obra de gracia, porque Él mismo nos da la paz dándonos a su Hijo.
Esta paz es la que disfrutamos con Dios, ya que fuimos perdonados en Cristo al arrepentirnos de nuestros pecados. Su complacencia en nosotros hace que no nos quedemos como enemigos o simples curiosos que observan al Rey desde lejos, sino que ahora nos unimos al cántico de la llegada del Rey, siendo nosotros sus hijos e hijas. Por lo tanto, oremos para que Dios nos permita entender y cantar también que el Rey vino por nosotros porque al Padre le plació darnos salvación en Cristo. ¡Gloriosa gracia del Rey!
“Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos sabios del oriente llegaron a Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos Su estrella en el oriente y lo hemos venido a adorar”. Mateo 2:1-2
Un viaje largo e incómodo, pero con deseos de encontrar al Rey. No tenemos mucha información sobre la identidad de estos sabios. En la época en que nació Jesús ese título de “sabios” o “magos” aplicaba a quien se dedicara a la astrología, la interpretación de sueños, o el estudio de escritos sagrados.
Muchos judíos del exilio vivían en oriente, es posible que estos sabios estuvieran familiarizados con profecías bíblicas como esta: “Una estrella saldrá de Jacob, y un cetro se levantará de Israel” (Nm. 24:17). Todo parece indicar que lo que los sabios vieron en los cielos fue tan extraordinario que motivó el viaje.
Pero, el pueblo que esperaba al Mesías no tuvo el mismo entusiasmo. Lo negaron, lo ignoraron y, al final, lo mataron. No le dieron adoración. Perdieron la oportunidad de adorar en el acontecimiento más grande de la historia: el Dios encarnado vino a buscar lo que se había perdido (Lc. 19:10). Su venida no era solo para ellos, sino también para nosotros, gentiles (es decir, no israelitas) como los sabios de oriente.
Ellos decidieron emprender una larga travesía con un objetivo: adorar al Rey. No buscaban al Rey para corroborar una teoría astrológica, ¡lo buscaban para rendirle adoración! Es probable que no entendieran todo lo que Jesús significaba y cómo cambiaría al mundo; sin embargo, su actitud era un anuncio de lo que un día ocurrirá. El Rey que nació en Belén, sin pompa ni atavíos reales, será adorado por gente de toda lengua y nación (Ap. 7:9-10).
Cuando cada año llega la Navidad, quizá sin notarlo, nos encontramos en la misma situación: podemos actuar no como los sabios, sino como los contemporáneos del tiempo de Jesús. Entre el ajetreo, los compromisos y celebraciones, lo perdemos de vista. A diferencia de los sabios, nos embarcamos en otras travesías que, en lugar de acercarnos a Belén, nos alejan. En lugar de corazón de adoradores para Dios, tenemos corazones distraídos que olvidan que la Navidad se trata de adorar al Rey que nació, murió, resucitó y regresará en toda Su gloria. ¿Cómo puedes adorar más al Señor con tu vida e invitar a otras personas a hacer lo mismo?
“Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque se ha dignado fijarse en su humilde sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí. ¡Santo es su nombre! De generación en generación se extiende su misericordia a los que le temen”. Lucas 1:46-50
Las fechas navideñas son esperadas por la mayoría de personas con mucha alegría por diferentes razones. Para algunos representan momentos donde creamos recuerdos con las personas que amamos. Pero, la Navidad es más que buenos recuerdos personales. El significado más profundo de la Navidad, con la venida de Jesucristo al mundo, es una manifestación de la gloria de Dios en Cristo que nos lleva a la adoración.
Algunas familias tienen la tradición de decorar de Navidad su hogar mientras disfrutan de un chocolate caliente, galletas caseras deliciosas y cánticos que nos recuerdan al Salvador que nació. Así, deseamos ser intencionales en ayudar a nuestra familia a ver que la Navidad es una oportunidad para unirnos con una misma misión en mente: adorar a Cristo.
Un ejemplo de cómo responder correctamente a la Navidad es el cántico asombroso de María que leemos alrededor del relato del nacimiento de Jesús. Ella se asombró de la gracia del Señor al escogerla para ser la madre del Salvador, ya que ella misma necesitaba de ese Salvador. La gracia de la salvación que María recibió, es la misma que todos los creyentes disfrutamos hoy porque, a pesar de estar separados de Dios y muertos espiritualmente, fuimos escogidos por Dios para ser salvados por Cristo. Por ello, podemos unirnos al asombro de María causado por nuestro Dios poderoso, Santo, cuya misericordia es eterna.
¿Qué tal si este año oramos para que Dios nos dé un mayor asombro por el glorioso nacimiento de Jesús? Si deseamos cultivar asombro durante la Navidad, seamos intencionales en lo que hacemos como familia para tener una mayor visión del significado de esta celebración. Deleitémonos en Dios y en su gracia que nos lleva a engrandecerlo con nuestras almas.
“Hagámoslo como te digo, pues nos conviene cumplir con lo que es justo —le contestó Jesús. Entonces Juan consintió. Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo decía: Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él”. Mateo 3:15-17
El hecho de que Jesús iniciara su ministerio con la aprobación pública de su Padre celestial sentó las bases para todo lo que hizo luego. Su Padre testifica estar complacido con Él antes de que empezara su ministerio público y completara la obra para la cual dejó el cielo y asumió la vulnerabilidad humana.
Muchos creyentes nos vemos tentados a encontrar nuestra identidad en el servicio dentro o fuera de la iglesia y necesitamos recordarnos dos verdades importantes. La primera, es que el Padre se complace en Jesús y, por ello, también en nosotros. A quienes fuimos declarados justos ante Dios por la fe en Cristo, se nos ha puesto en nuestra cuenta el carácter perfecto de su Hijo (Ro. 5:1). Somos aceptados en Él. El Padre nos mira “en Cristo”, con el amor, la aceptación y complacencia que declaró hacia Él.
La segunda, es que el Padre se complace en su Hijo antes de lo que Él hace públicamente. Podemos tener la tentación de buscar continuamente la aprobación de Dios basándonos primero en nuestro servicio. Pero en realidad el servicio es una consecuencia y expresión de obediencia por amor, una demostración agradecida de la obra de gracia a nuestro favor, es la expresión de los dones dados. No es la base de su complacencia. Eso nos recuerda que siempre nos quedaremos cortos por nuestros méritos, pero en Cristo somos completamente aceptados.
Si has notado que tu identidad no descansa completa y únicamente en la vida y obra de Cristo, habla con Dios sobre esto. Pídele que puedas encontrar gozo e identidad en esta verdad: porque estás “en Cristo”, el Padre ahora se complace en ti. Descansa en Él durante esta Navidad recordando que Cristo vino para vivir una vida obediente, desde el pesebre hasta la tumba que hoy está vacía, para que a través de Él podamos tener comunión con Dios.
“Mientras él pensaba en esto, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que ha sido engendrado en ella es del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo; y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mateo 1:20-21
Existen películas donde la trama presenta a un rey ilegítimo cruel que es derrotado sorpresivamente por el hombre humilde de la aldea, que luego se revela como el rey legítimo.
Mateo nos muestra cómo el Rey legítimo de todas las cosas es el Cristo encarnado, verdaderamente hombre y verdaderamente Dios. El Evangelio de Mateo inicia con una genealogía que enlaza a Jesús con la dinastía de David y nos muestra cómo Él es el Rey prometido en el pasado (2 Sam 7) que reinará eternamente por la intervención del Dios trino. El Hijo de Dios vino para cumplir la misión de redención impulsada por el Padre y empoderada por el Espíritu Santo.
Mateo no muestra una fábula sobre la llegada mitológica de un rey. Su objetivo es presentar la intervención milagrosa real de un Dios trino a favor de su pueblo que está necesitado de un rescate de la esclavitud del pecado. Mateo nos narra cómo Dios Padre envía un ángel para comunicarle a José que la criatura que María lleva en su vientre fue engendrada por el Espíritu Santo. Pocos pasajes de la Biblia pueden llevarnos a una adoración tan profunda como ver al Dios trino actuando con tal misericordia por amor a su pueblo, con el propósito de traer a nuestro Rey que nos salvará.
Por eso, cuando vemos la gloria del Hijo de Dios en un pesebre al venir a este mundo para salvarnos, también debemos ver la presentación de la unidad de la Trinidad en el comienzo de una misión de rescate. En esta Navidad, ¿cómo agradecerás a Dios por la obra de cada persona de la Trinidad en tu salvación?
El pueblo enfrentaba una invasión por parte de Asiria. Las autoridades sembraban el caos producto de sus enredos y alianzas políticas fallidas. El pueblo temeroso estaba sumido en teorías de conspiración que causaban más pánico y ninguna solución. Habían dejado la Palabra fiel de Dios para buscar respuestas en adivinos y espiritistas. En medio de esa realidad desesperanzada, Isaías afirma en nombre de Dios: “No habrá más melancolía para los que estaban en angustia” (9:1). Muchos podrían haber pensado que Isaías estaba loco, pero esto no era un pensamiento positivo del profeta, sino Palabra de Dios.
El mensaje era desafiante porque declaraba que la historia humana no es el fin de la historia. Dios es el Señor de la historia. Por eso Isaías dice que, desde los extremos oscuros de las tinieblas y las sombras de muerte, surgirá una luz resplandeciente y una alegría abundante. Un regocijo que no surgirá por ellos, sino por la presencia de Dios y la victoria divina absoluta sobre el opresor (9:3-4).
Isaías anuncia la llegada de un Niño, pero no un humano cualquiera, sino el Mesías, el Redentor prometido, el Dios Soberano hecho hombre. Contrario a todos los tiranos destructores del mundo, Él será “Príncipe de Paz”. Isaías estaba anunciando con anticipación a Jesucristo, quien luego de morir y resucitar por nosotros en el tiempo divino, ya reina, está sentado a la diestra del Padre y gobierna con el derecho y la justicia desde entonces y para siempre.
Hoy todavía estamos sumidos en melancolía y angustia al enfrentar conspiraciones y enemigos al acecho, pero te animo a que no descanses en tus fuerzas o en los sueños irreales del mundo. En cambio, descansa en el “Admirable consejero, Dios poderoso, Padre eterno, Príncipe de Paz”, quien pagó por tu liberación, ya reina y volverá sin falta por segunda vez.
“Él irá primero, delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y guiar a los desobedientes a la actitud de los justos. De este modo preparará un pueblo bien dispuesto para recibir al Señor”. Lucas 1:17
Elías y Juan el Bautista fueron hombres dedicados a la predicación, llamando a las personas a arrepentirse y volver a Dios. Ambos vestían de forma ruda, pero vivían una conducta intachable que hasta sus enemigos reconocían. Incluso Jesús elogió a Juan y confirmó que este era “el Elías había de venir” (Mt. 11:7-15). Y aunque el ejemplo de Juan, el Bautista, debe alentarnos, más debe admirarnos el trabajo de Dios por medio de él. Debemos reflexionar en el Espíritu que obraba en su ministerio y en nuestro llamado a prepararnos para ser un pueblo siempre dispuesto a adorar al Señor.
El Espíritu Santo fue quien anunció por medio de los profetas sobre Cristo, sus sufrimientos y su redención. Fue el Espíritu quien despertó nuestro endurecido corazón para que podamos ser sensibles al amor de Jesús. Aunque apenas lo logramos entender, nos dio vida y nos llevó a encontrarnos con Él (Jn. 3:5-7). El Espíritu Santo hace esta obra a diario a través de su Palabra, iluminando nuestros corazones para que podamos ver a Cristo. ¡Y cuánto más en esta época tan especial debemos fijar nuestros ojos en Jesús, el motivo y centro de la Navidad! Que sea el Espíritu quien prepare nuestros corazones.
Mientras más se acerca la fecha, busquemos a Cristo en las Escrituras. Anhelemos que nuestros corazones sean capturados por la hermosura del evangelio, por el amor de Dios demostrado en la cruz y la importancia de su encarnación en este plan de redención. Que el mismo Espíritu que anunciaba a Cristo por los profetas y que lo reveló en las Escrituras, ilumine nuestros corazones con Cristo y estemos preparados para celebrar su primera venida y esperar la segunda.